Asahidake se encuentra en mitad del Parque Nacional Daisetsuzan, en mitad de la isla de Hokkaido. Al estar lejos del mar en este volcán se encuentra  la nieve más ligera y abundante de toda la isla, de bastante mayor calidad que la de Furano. Pero Asahidake no es un resort de esquí. Al final del pueblo Asahidake Onsen, que básicamente es una pequeñísima y dispersa villa con algunos hoteles a lo largo de la carretera, se levanta el teleférico.

Desde la estación Sanroku, la cabina del teleférico sube hasta la estación Sugatami, a 1600 metros de altitud. Delante el esquiador observará la cima del Asahidake por su cara oeste, 2291 mt y una fumarola del volcán sobre la cota de los 1750 metros. Bueno, eso en un día despejado, pero no es lo habitual, sobretodo en el pico de invierno. Lo normal es que el esquiador salga del teleférico y se vea sumergido en una esfera blanca, donde el cielo y la nieve se funden en un abismo níveo. Pero este es el clima que deposita sobre Asahidake la mejor nieve del mundo, el oro blanco, el caviar beluga de los deportes de invierno. Y habrá esquiadores que no les guste los días completamente blancos, pero en Asahidake es precisamente cuando el ambiente se vuelve mágico.

Si no es obligatorio tener guía, si es muy aconsejable. Toda la multitud que abarrota el teleférico de repente desaparece cuando salen en la estación superior y si la visibilidad no es buena, raro es que te cruces con alguien. Las rutas son infinitas, y las mejores solo están al alcance de los guías locales. De hecho, en Asahidake solo hay dos pistas de bajada, el resto es montaña libre, perderse en los días blancos es bastante factible. Lo único garantizado que va a encontrar en Asahidake es una cantidad titánica de nieve, tan ligera, que descenderá por las laderas flotando aunque la nieve le cubra por el pecho. La sensación es exactamente la misma que uno imagina de pequeño como debe ser jugar la nieve.

Después de descender unos cien metros se entra en la zona de los abetos, y si antes el ambiente era mágico, ahora se torna casi surrealista. La esfera de nieve aparece con piceas flotando en la inmensidad blanca, glaseadas y rodeadas del silencio más absoluto que jamás haya escuchado en la naturaleza. Es como esquiar en una secuencia de la película Fantasía de Walt Disney. Aquí el consejo es detenerse durante cinco minutos, sin nada que hacer, retener ese instante. Seguir esquiando.

El último tercio de la ladera hasta el teleférico es algo llano, hay que coger velocidad para no tener que remar los últimos 50 metros, aunque es casi inevitable llegando al pequeño puente que cruza un riachuelo y nos deposita en la entrada de la estación. Para los snowboarder quizá es la zona menos “amigable”, aun así Asahidake es frecuentemente visitada por boarders locales con grandes tablas, de 180 cm, y bastones para poder impulsarse en las zonas llanas. Esta es otra buena razón para contratar un guía, seguir una ruta y pasarse la estación inferior del teleférico tampoco es infrecuente.

Entre la diversión en el polvo y los viajes en teleférico, la mañana se pasa volando. Hay que reponer fuerzas porque las zambullidas en la nieve te pueden hacer sudar más que un baño turco. Recomiendo el restaurante del Teleférico, sencillo pero que preparan un ramen de pollo que te pone en forma todo lo que te queda de una jornada de esquí que será única en la vida.